jueves, 23 de abril de 2009

Perdidos

El diario donde trabajo se está pareciendo a la isla de la serie Lost. Entre promesas imposibles, versiones cruzadas, gritos, amenazas de expulsión, todo tipo de cosas fascinantes y aterradoras pueden ocurrir en cualquier momento.

viernes, 10 de abril de 2009

Lo que te puede pasar por mirar fotos

Yo advertía el riesgo de cada segundo, sabía la maravilla de contemplar la tierra haciéndonos girar como un tremendo parque de diversiones.
Más tarde creí que podía mirar entre las baldosas y alzar casi cualquier cosa como si fuese un gran pez.

(estuve mirando las fotos recientes que hice, yo fotógrafo invisible adicto a los hallazgos mínimos y las preguntas sin respuesta).

domingo, 5 de abril de 2009

Salud


Lo primero que veo hoy al despertar es el techo afelpado del autobús Charata – Buenos Aires. Casi al mismo tiempo detecto un mosquito inflado de sangre, a medio metro de mis ojos. Después aparece el puente de Zárate y noto que está saliendo el sol. Llevo catorce horas en el colectivo y faltan casi tres más hasta Retiro, aunque quién sabe si no sería mejor bajarse por ahí o no llegar nunca. Cuatro días estuve en Charata cubriendo la epidemia del dengue; entre seis y diez tendré que esperar para saber si me traje de souvenir la enfermedad.
Charata es un pueblo donde uno de cada tres ha enfermado y todos huelen a repelente. Además de la epidemia, la novedad es que hay cientos de nuevas casitas pobres y un puñado de castillos. Llevo muchos años sin volver. Siglos antes de ser la capital del dengue, Charata fue el pueblo al que fuimos a parar con mis padres y mis hermanos. Viví ahí ocho años hasta que a los diecisiete me subí a otro autobús que recuerdo mucho más polvoriento. Yo era uno de los dos chicos extraños del pueblo. El otro era Julio, mi hermano mayor. Los Carrera teníamos el monopolio de chicos extraños en Charata. Mis padres aun viven en el pueblo y también mi adorado hermano Juan que ahora tiene mujer e hija. Estos últimos días entre todos jugamos a ser una familia y como casi siempre en los juegos bruscos alguien termina tragándose los mocos e hipando a escondidas.
Pero eso fue allá lejos y yo estoy acá de vuelta, trastornado por el viaje pero corriendo con mi moto de un lado a otro; empiezo por pasar a buscar el espléndido ejemplar nuevo de mi librito Salud, obra del gran Hernán Giagante, mi impresor amigo. Hernán me entrega el libro flamante y también el viejo, el manoseado original. Después pasan muchas cosas, pero recuerdo principalmente tres: 1) que renuncia el director de mi diario y entiendo que puedo estar en la calle otra vez de un momento a otro. 2) que se me cae y rompe mi apoyavasos favorito de vidrio a rayas verdes 3) que cuando llego a casa ya no tengo el ejemplar original de Salud (por supuesto intento verlo como una cosa del destino, digamos que Salud tenía que seguir siendo un ejemplar único, pero sepan que si alguien lo encuentra y me lo devuelve no lo olvidaré nunca).