domingo, 10 de mayo de 2020

Cuarentena

Afuera hay sol. El sol de estos días: suave, como desentendido. Adentro comienza un episodio (después de otro). Estoy vestido como para salir a la calle, pero sin zapatos. Asisto a las complicaciones de una historia de humanos que se tocan y amontonan en espacios poco ventilados. Porque las series de pronto están llenas de situaciones artificiales. De bocas desnudas. Basta. Detengo la idea casi al mismo tiempo que la detecto. La aíslo. La aparto con guantes de látex. Me abrazo al guion y escapo sin mirar atrás; hay que huir, sin pensar, por curvas cerradas y rectas frenéticas. Sálvese quien pueda.
Al que se distrae lo atrapa un espejismo de horas inmóviles.
Conozco el final, que es el principio: el amarillo vibrante del otoño, las noticias, los reportes, el trasiego de la muerte y la salud y el poco dinero; los fantasmas de otro mundo que nos visitan en sueños de los que querríamos no despertar jamás; los ladridos en las redes, las dentelladas rabiosas de perros encadenados que damos al aire desesperados por no poder mordernos o simplemente olernos o acaso correr como locos por las praderas verdes con las que sueñan los perros, acaso las mismas con las que ahora, cada noche, sueño yo.