
De acuerdo, nos iremos por ahí disueltos en la materia y la vida, sin sobresaltos, así es el olvido.
Pero cuando el poder, a escondidas, mata a una persona y oculta su cuerpo, otras personas heredan su rastro, como si el agua tuviese que recordar el dibujo de una estela.
Los que quedan guardan frases, tardes, fotos, colores de ojos y otras cosas.
El domingo pasado hubo sol y tuve que fotografiar a Alejandro Pedro Sandoval Fontana. Alejandro es hijo de desaparecidos y no hace mucho que lo sabe. Hace poco supo también, y al principio, la verdad, no quiso saber nada, que quienes se hicieron pasar por sus padres se habían apropiado de él conociendo que era un bebé nacido en cautiverio.
Su vida, que había creído nítida como un cristal, de pronto tenía una grieta y un día se desplomó. Ahora fuma y dice que aceptar las cosas fue igual que quitarse una mochila muy pesada. Quiere saberlo todo, construye a sus padres con recuerdos ajenos. Al principio eran militantes borrosos; ahora más que nada son jóvenes enamorados para siempre.
Hace poco, en Entre Rios, le mostraron el Fiat bolita que usaban en días que Alejandro supone felices. Pensó en repararlo y ponerlo a nuevo. Después se le ocurrió que las huellas del tiempo eran importantes y era mejor dejarlo así.