Rescate documental de la producción de la foto El Bañista (2005)
Fotos: Fernando Carrera. Asistencia y compañía: Ceferino Carrera. Locación: Club Peretz, de Villa Lynch, que conocí gracias a Nerina Visacovsky.
Sorprende que pase lo que tiene que pasar: el gajo permanece imperturbable unos días en agua y de pronto echa raíces, hojas nuevas y, cuando menos lo espero, flores. Es un geranio de flores rojas. Le consigo una maceta (ya le buscaré una más grande) y tierra negra y lo retrato con una vieja Hasselblad, que queda con el rollo puesto sobre la mesita del malvón, bañados, cámara y planta, por la misma luz del ventanal que mira al norte, que asoma a los techos bajos de San Telmo, al otoño amarillo y al cielo de postal por el que, de un día para otro, ya no pasan los aviones. Los balcones y las azoteas se llenan entonces de personitas que dejan correr las horas de unos días de cuarentena que parecen siempre el mismo. Un día cualquiera de esos recibo un diagnóstico preocupante, aunque “para ocuparse, no para desesperarse”, así que paso el invierno lejos de mi casa, pongamos que ocupándome, y otro día, entrada la primavera, vuelvo por fin al barrio, donde hay cartas polvorientas y cortinas bajas en algunos negocios que eran parte del paisaje y en las calles, alrededor del mercado, han pintado círculos donde la gente ríe y vacía jarras doradas de cerveza. Mi casa está igual y a la vez distinta: tiene algo nuevo, una capa invisible, un aire de escenografía que se disipa mientras reviso los libros de la mesa de luz y encuentro mi ropa y la cámara junto al geranio que se estira, lleno de flores, hacia la ventana. Al día siguiente llevo el rollo al laboratorio de la calle Piedras. Cuando me lo devuelven revelado, descubro que el tiempo y la luz, cada día, durante meses, se han estado posando sobre la foto de la planta. La imagen velada primero me decepciona, pero casi al mismo tiempo me hace feliz. Creo que me halaga la idea de que las fotos, como las flores, no me pertenecen.

¿Por qué usar película? Todavía.
Diez años exactos atrás hice esta foto. Podría decir tantas cosas. Pero es tarde y digo tres de importancia bien dispar: que el día anterior la Argentina había explotado y había humo y sangre en la calle. Que por esos días me quedé sin trabajo, tenía rollos de 120 en la heladera y pensé que podía volverme fotógrafo. Que cuando disparé la Rolleiflex aquel primer día del verano, una señora que tomaba sol sobre una piedra se dio vuelta y me dijo "¿hiciste la foto, no?
Estoy en un rincón de Buenos aires Photo pensando en el tiempo que pasó desde que puse por última vez algo en este sitio.


Si supiera qué hacer lo haría. No me importarían las consecuencias.
A quien visite las ruinas del diario Crítica le ruego escuchar por el camino canciones muy melancólicas. Es mejor que la desolación sea un lugar normal al entrar a la redacción, a la que seguimos yendo por compañerismo, costumbre y por si algún día nos pagan.

Tantas veces reviso el correo con expectativas no muy realistas. Sin embargo ayer había mucho más de lo que cabía esperar. El mensaje de Andrés D'Elia traía la foto y decía lo siguiente: